Sólo es café

Por Navidad le he regalado a Sergio una cafetera Nesspreso. De estas que tan de moda se han puesto porque las anuncia George Clooney enarcando una ceja (de canas estratégicamente situadas) y diciendo "What else?" con tono socarrón... y que me recuerda a sus pelis de "Ocean´s eleven", "Ocean´s twelve", por cierto. Esas en las que se nota que él mismo sabe lo mucho que está molando entre las féminas.
Concretamente le he regalado el modelo inspiración años 50, que es color blanco y muy apañá. De modo que así es como he asomado el morro en este nuevo universo que se ha generado alrededor de una bebida tan vieja y tan simple: el café.
Lo que me ha llamado la atención es lo que esto ha provocado en una parte muy específica de la sociedad; los comunmente denominados "pijos", los "snobs". Los y las "sarasjessicasparkers", que están que se corren con la nueva tienda de la casa Nesspreso que tenemos en Bilbao (una gozada, todo hay que decirlo). Una llega a aquel lugar y le parece que acaba de penetrar en una galería de arte. Todo rezuma pijoterío, clasismo y, de repente, sin darte ni cuenta, tú misma estás apretando el culito, levantando la barbilla y sacudiendo tu melena de un manotazo. Y dices "Jaaaarl", notando que acabas de poner un pie en una tienda que te vende "algo más que café".
Una señorita te saluda "Buenos días, señora". Y tú le sonries. Aunque te llame "señora" pese a que sólo tienes 26 años. No te importa. Te da igual. Porque ahora eres de su pandi y te sientes jaarl, hasta ha aparecido una revista Vogue debajo de tu brazo. Plop! Ahí está. Sí, qué guay eres, tía, osea. Entonces te hacen pasar a un mostrador inmaculado, te ofrecen la carta de cafés, los sabores de edición limitada (Cómooorl??!) y una tipa con guantes blancos te los va metiendo en la caja de madera de arce que tú has escogido. "Puede abonar su cuenta en el mostrador de mi compañera, señora" te dicen. Y pa´llá que vas tú, pisando las baldosas en las que te reflejas y te ves desde un ángulo tan poco favorecedor pero que resulta muy gracioso si hay alguna mujer con minifalda.
Total que pagas y ahora viene lo más pro. Porque mostrándole tu ticket de compra a un tipo vestido con botones al pie de una escalera sacada del Festival de Cannes, te abren una barrerita (hecha con un grueso cordón granate) para que pases a su exclusiva área de degustación. Allí estarás incómoda por tanta pompa, pero probarás un cafecito de los sabores limitados de Navidad y después se despedirán de ti con un "Que pase un buen día, señora". Y ya te vas, sales a la calle y la burbuja estalla. Te das cuenta de que no eres tan guay, de que no crecen Vogues debajo de tu sobaco y de que ya no te sientes tan jaaaarl. Tu dedo meñique no volverá a empinarse al beber de una taza de espresso. Y te da por pensar, ya de vuelta a casa en el metro lleno de obreritos como tú, "Ahí va la ostia! Pero si sólo es café." Y así es. Sólo es sucio café. Una bebida de toda la vida que se hace con el grano del café y agua hirviendo. Una bebida barata, de casa de la abuela, de pobres. Sin embargo ahí está esa tienda. Ese petite-palace del lujo bebido, que te lo vende como si fueran piezas de alta joyería. Sólo es café. ¿Pa qué tanto? No es necesário. El café no es una bebida refinada ni exclusiva. ¿De qué vamos? ¿Por qué se pretende transformar un producto familiar y común en una suerte de ritual de enarbolación de clase?
Yo sí que digo ahora "What else?". Lo siguiente será vendernos las pastillas de jabón Chimbo como si fueran el lujo mismo para lavar, lujósamente eso sí, nuestras camisas a mano.
Eso sí, las cápsulas son bonitas y, si me apuras, divertidas. Mirad lo que hacía el niño con ellas.